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Diario YA


 

ANARCOSEPARATISTAS

Manuel Parra Celaya.
    La agitación y el vandalismo en las calles de Barcelona y de otras localidades se parecen, como un huevo a otro huevo, a lo ocurrido hace un par de años, con motivo del juicio de los golpistas de la “república catalana”. Y también, cómo no, a la kale borroca de las calles vascas hace más tiempo. siempre tendente a reaparecer cuando las circunstancias lo requieran.
    Ya en un plano más global, el fenómeno puede quedar incluido en las estrategias de la “guerrilla urbana”, que excede con mucho a las grandes manifestaciones de gentes exasperadas por algún motivo o, en el caso concreto español, a aquellas escaramuzas callejeras de los universitarios contra los grises en las postrimerías del franquismo. Esto de ahora es algo más y con matices distintivos importantes.
    Es sabida la táctica que se utiliza: llamadas que se lanzan desde las redes sociales, pero la convocatoria rebasa límites perimetrales e incluso fronteras: también se incorporan consignas concretas y, como si se tratara de una novedad, los medios periodísticos y televisivos, informan de que “están organizados”, y cada manifestante sabe desde las vestimenta de quita y pon que debe utilizar y las funciones que se le atribuyen: gasolina, piedras, formación de barricadas, destrozo de escaparates o encrespamiento de las fuerzas de orden público a base de insultos y lanzamiento de objetos; nada queda al azar.
    Otra cosa, y esto es importante, es la composición de los asistentes a las protestas. En primer lugar, está la carne de cañón: los estudiantes a los que se ha alegrado con una huelga de aulas caídas;  los menas, que hacen negocio con los desvalijamientos, los perro-flauta, que se suman con gusto a la algarada, y los yayo-flauta, que pueden volcar sus rencores seniles o reverdecer laureles; estos últimos son los que cortan, cada noche desde hace dos años, las entradas y salidas de Barcelona por la avenida Meridiana, de forma impune, por cierto.
    Pero el gran descubrimiento de los últimos días ha sido la presencia de anarquistas de varios países, y, según dicen, culpables de la salvajada más grande: quemar un furgón de la policía municipal con agentes dentro; por este motivo, está acusada una joven, que aseguran que es de armas tomar… Posiblemente es verdad, pero nos suena a vieja conseja: los mayores crímenes que se cometieron en la retaguardia frentepopulista durante la guerra civil española se atribuyen indefectiblemente a los anarquistas; el resto de partidos y grupos de aquel abigarrado bando quedan libres de culpa ante el chivo expiatorio ácrata. Pregunta: ¿no hubo chekas dependientes del PSOE o de ERC, por ejemplo? ¿Los hechos de Barcelona en 1937 -guerra civil dentro de otra- fueron exclusivamente de factura anarquista?
    Como en toda pesquisa policial, ahora debe formularse la pregunta clave: Cui prodest?, es decir, ¿quién es el beneficiario del delito? En este caso presente, se trataría de averiguar quiénes están en la trastienda de los hechos, a quiénes aprovecha la creación de un clima de inestabilidad en las calles, que se refleja, es evidente, en las instituciones. La solución fácil es echar la responsabilidad a los antisistema profesionales, a los grupos de tendencia anarquizante o trotskista, que se mueven como pez en el agua entre los disturbios y la acción directa, al modo soreliano. 
    Se suele ocultar el protagonismo de la CUP, de Arrán y de los CDR, que eran animados por el Sr. Torra para que apretaran… La profusión de esteladas en los tumultos no es una casualidad, como tampoco lo es la presencia de otras enseñas en las que campea la estrella solitaria sobre fondos galleguistas, castellanistas o vasquistas. La ANC, por boca de uno de sus dirigentes, ha calificado a los Mossos d´Esquadra de “vándalos uniformados” y confía en que un día huestes aguerridas les hagan frente y, entonces, “caerá este Régimen”.
    Hay un común denominador que se llama, simplemente, odio, y no solo a las instituciones -monarquía, Constitución, judicatura…-, sino a la propia razón de existir de España como nación. Por ello, no dudamos en atribuir el calificativo de anarcoseparatismo a la inspiración profunda de los acontecimientos, aunque no todos los participantes sean conscientes de esta finalidad, vengan de donde vengan.
    Recordemos dos aspectos elementales: primero, el separatismo nacionalista es una de las formas más virulentas de aquel “particularismo” que denunciaba Ortega como uno de los principales males españoles. Este particularismo territorial se alza frente a la existencia de una nación histórica, que se presenta como un todo integrado y al que se pretende desmembrar para que cada parte siga un rumbo distinto en plena “libertad”; esta puede ser la confluencia de intereses con las tendencias anarquizantes, que buscan lo mismo en un nivel individual.
    Segundo: recordemos que todo separatismo no es, en el fondo, más que la especulación de los intereses de las oligarquías con la sentimentalidad popular. Sirvió hace dos años el procesamiento de los golpistas, sirve ahora el de un rapero instigador del terrorismo y agresor de testigos y periodistas. Se trata, en suma, de agitar las aguas o, en frase ya histórica, mover el árbol para que otros recojan las nueces.
    Se me objetará que la burguesía sufre las consecuencias del vandalismo callejeo; pero no hablamos ahora del comerciante, del restaurador ni siquiera de la cadena de establecimientos que vende artículos deportivos o ropa de moda, sino de una burguesía oligárquica, quién sabe si vinculada a proyectos internacionalistas, que espera sacar sus réditos de la destrucción de un Estado-nación, al que se presenta continuamente en los foros globalistas como Estado fallido.