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Diario YA


 

Inagotable espíritu polaco

Jarosław Szarek
Presidente del Instituto de la Memoria Nacional

Sin país propio construimos en el s. XIX no solo la cultura nacional, la ciencia y economía, sino creamos un estado espiritual que permitía a varias generaciones nacidas en cautiverio seguir pensando en Polonia independiente.
En noviembre de 1918 a muchas capitales del mundo –de Washington a Tokio– llegó un radiograma mandado desde Varsovia notificando el renacimiento de la República de Polonia. En él se informaba que el gobierno polaco “reemplazaría los gobiernos de la violencia que durante ciento cuarenta años pesaba sobre el rumbo de Polonia”. Eso significaba la vuelta de Polonia independiente al mapa de Europa de la que fue borrada en consecuencia del acuerdo entre sus vecinos: Austria, Prusia y Rusia a finales del s. XVIII.
Se convertía en símbolo el hecho de que el telegrama informando sobre el renacimiento del Estado independiente se emitió desde un lugar simbólico del poder extranjero, la Ciudadela varsoviana construida por los rusos en los años 30 del s. XIX después de la derrota del levantamiento de noviembre donde se encarcelaba y mataba a los polacos que no estaban de acuerdo con el cautiverio. Entre ellos estaba el Primer Jefe de Estado Józef Piłsudski, preso en el famoso Pabellón X de la Ciudadela y firmante del telegrama.
“La renovación de la independencia y la soberanía de Polonia” fue posible porque en ese momento crucial los polacos estaban listos para crear las estructuras de un Estado independiente y disponían de la fuerza para su defensa eficiente en los siguientes años. Para ese momento se preparaban cinco generaciones –desde el año 1795– tomando acción para llevar a cabo la Polonia Independiente.
Durante más de un siglo no faltaban las personas listas para abordar la lucha para resucitar la patria independiente. A menudo eran muy pocos quienes llevaban ese estandarte y tuvieron que enfrentar, no solo a los invasores, sino también a los compatriotas que perdían la fe en la posibilidad de llegar a la victoria, los que elegían la indiferencia o llegaban a la traición nacional. ¿Cuántas veces durante el cautiverio había que combatir la amargura de la derrota cuando todas las circunstancias indicaban que se estaban haciendo realidad las palabras finis Poloniae?
Ya en el año 1797, entre los soldados-emigrantes en Italia que integraban las Legiones Polacas y que emprendieron la lucha junto al Napoleón y Francia, fue creada la canción que traía esperanza. Sus palabras “Polonia no está muerta mientras estamos vivos” hoy forman parte de nuestro himno nacional, que continúa con la frase “Lo que la fuerza extranjera nos quitó, con espada vamos a recuperar” fijaba el programa de la lucha armada emprendido en los levantamientos nacionales. Los más grandes, en contra de Rusia –los de noviembre de 1830 y de enero de 1863– terminaron con represiones sangrientas, envío de miles de sus participantes a Siberia, decomiso de la propiedad, perdida de muchas instituciones y derechos, la imposición de una brutal “rusificación”.
Sin embargo, el espíritu polaco seguía allí en las familias, en las casas, donde las madres enseñaban a rezar y contaban sobre los tiempos antiguos de orgullo y de héroes, levantando plegarias a la “Virgen Santa que defiende a Jasna Góra e ilumina Ostra Brama” , peregrinando a los lugares sagrados de Jasna Góra, Vilnius o Gietrzwałd… La Iglesia mantenía vivo el espíritu y nunca faltaban los sacerdotes que compartían la vivencia de la nación, que fundaban escuelas, se inscribían a las tropas de levantamientos y al final iban a Siberia o a la horca.
Las derrotas militares dirigían a los polacos hacia la actividad fuera de lo militar. Se buscaba la oportunidad de acción y se alcanzaron resultados exitosos en las esferas económica, científica, de educación. Sus huellas las encontramos hoy en los mapas y en publicaciones científicas. Los que fueron mandados a Siberia por su participación en el levantamiento de enero, dieron nombre a las sierras de Czerski, Dybowski, Czekanowski. En cambio en el Chile lejano casi en todo lugar vamos a encontrar recuerdos de Ignacy Domeyko – emigrante que tuvo que abandonar su patria después de la derrota del levantamiento de noviembre.
Mientras tanto, en el país –frecuentemente los antiguos insurgentes– fundaban las asociaciones económicas, bancos, sociedades agricultoras, bibliotecas, asociaciones científicas, resultando, a pesar de la represión, eficaces en mantener la propiedad polaca de la tierra y la red de sus propias instituciones. No pocos fueron los que, aunque en servicio de los invasores, trabajaban a favor de su patria.
Las siguientes generaciones sin tener su propio país no solo se sentían polacos, sino estaban listos para hacer sacrificios por la patria, pues se mantenía su memoria y cultura; en ella se expresaba la nación privada de independencia. Las más destacadas obras creadas en el cautiverio de la época de reparticiones, hasta hoy forman parte del canon nacional. Entre ellas, las obras de los grandes poetas del romanticismo Adam Mickiewicz, Juliusz Słowacki, Zygmunt Krasiński, escritas en el exilio, ingresaban por contrabando al país al estar prohibidas y censuradas.  Al igual que las obras nacidas de la nostalgia por el país del compositor y pianista Fryderyk Chopin. Su música hoy en día sigue conmoviendo millones de personas en todo el mundo.
Polonia no estaba en el mapa de Europa cuando Maria Curie-Skłodowska, como primera polaca y primera mujer honrada con el premio Nobel llamó el elemento químico descubierto por ella “polon” y así para siempre inscribió nuestra presencia “polaca” en la tabla periódica de los elementos. Dos años más tarde, en 1905, el Nobel de literatura fue otorgado al autor de Quo vadis? –Henryk Sienkiewicz– en aquel entonces el escritor más leído desde Rusia hasta los Estados Unidos. Durante la gala de Nobel dijo sobre su patria: “La proclamaban muerta, y aquí está una de miles de pruebas de que está viva. La proclamaban conquistada, aquí una nueva prueba de que sabe ganar”. Con la lectura de su Trilogía –novelas que describían las guerras del s. XVII de Polonia con Turquía, Suecia y Cosacos– se formó todo un ejército de polacos, con el que muchas veces tenían que luchar los invasores de la repartición de tierras. Bastantes jóvenes que se inscribían a las Legiones de Piłsudski después de haber estallado la I Guerra Mundial o al ejercito formado por los emigrantes polacos en Estados Unidos llevaban en su mochila los libros de Sienkiewicz. Estaban dispuestos a luchar y morir por Polonia, aunque sus abuelos hubieran nacido ya cuando no estaba en el mapa. Polonia se mantenía viva también en las obras de los pintores históricos. Uno de los más originales, Jacek Malczewski, llamaba: „Pintad así que Polonia resucite”. Un años después de la muerte del más famoso de ellos, Jan Matejko, fue organizada en Leópolis la exposición de sus pinturas. En ese tiempo se celebraba el 100o aniversario de la batalla de Racławice de 1794, donde el ejército dirigido por Tadeusz Kościuszko que había luchado antes por la independencia de Estados Unidos, y apoyado por las tropas campesinas, venció a los Rusos. En  una rotonda construida para esa ocasión se mostró una pintura monumental de Jan Styka i Wojciech Kossak de más de cien metros de longitud mostrando la batalla victoriosa contra los Rusos. Innumerables polacos recorrían cientos de kilómetros para verla. En asombro susurraban: “No es una pintura, es acción”. No vamos a poder contar cuántos de los miles de jóvenes, tantas veces de pueblos lejanos, se hacían polacos, siendo coautores de una nación moderna, nación sin su propio país, pero con gran riqueza cultural y sus costumbres. Gracias a estos no solo se mantenía viva la polonidad, sino también se convertían en polacos las personas cuyos abuelos llegaban a Polonia de los países vecinos para “germanizar”, “rusificar” a Polonia que al final los sedujo son su “espíritu inagotable”. De él surgió la acción del 11 de noviembre de 1918 que trajo la Polonia independiente.

Este texto se publica de forma simultánea en la revista mensual polaca, “Wszystko Co Najważniejsze” (“Todo lo más importante”).