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Diario YA


 

aquilino polaino comenta su último libro en diario ya

"Sin confianza es imposible salir de la crisis económica y moral en la que ahora estamos"

Rafael Nieto. 28 de Octubre.

El 90% de los que le insultan y menosprecian en ciertos canales de TV y portales de internet tienen menos materia gris en sus cerebros que él en su dedo meñique. Quizá por eso esté tan tranquilo y en paz consigo mismo como para haber escrito este "Aprender a escuchar" (de Planeta Testimonio) que es toda una lección; pero no de psiquiatría, sino de humanidad, de amor a los demás. Aquilino Polaino demuestra en ésta su última obra que no sólo es un fuera de serie de la medicina, sino que además tiene un corazón inquieto por y para el prójimo. Es, por decirlo claro, un buen cristiano, alguien que se preocupa por el bienestar de los demás..., aunque no los conozca.

Aunque el libro se centra en la importancia de saber escuchar a los demás, el hilo conductor de toda la obra es un profundo anhelo de hermandad, una propuesta sincera de amor al prójimo…¿Es, también, un libro optimista?
 
La intención que me he propuesto es la de compartir con los demás lo que me ha enseñado mi experiencia como psiquiatra, durante cuatro décadas oyendo problemas. Creo que aprender a escuchar puede contribuir a humanizar un poco este mundo nuestro tan excesivamente individualista. Y eso, yo entiendo, que es muy positivo.
 
La obra muestra una gran variedad de situaciones cotidianas en las que no hay comunicación porque falta el interés sincero por lo que al otro le ocurre, ¿pueden este tipo de carencias corregirse fuera del ámbito del tratamiento con un especialista?
 
Sin duda alguna. Las personas estamos dotadas de muchas facultades positivas que, desafortunadamente, no empleamos como debiéramos. Para escuchar mejor a los demás en modo alguno es preciso visitar al psiquiatra. Más aún: si nos escucháramos mejor unos a otros, es probable que disminuyeran las consultas al psiquiatra. Se trata de una cuestión de educación. Lo que el psiquiatra puede aportar a la población general es su valiosa y rica experiencia, como un profesional que se ha dedicado a escuchar y a que le escuchen.
 
Habla Vd., por ejemplo, de la comunicación en la pareja y entre padres e hijos…, ¿está la familia tradicional en crisis por desidia de quienes más deberían protegerla?
 
Son muchos los factores que condicionan la actual crisis de la familia. Mas la familia sobrevivirá a todos ellos. La crisis puede mejorarse de muchas formas. Una de las más relevantes es, desde luego, la de la comunicación entre los cónyuges y entre éstos y sus hijos. Si nos esforzamos en ello, cada familia llegará a ser el ámbito donde cada persona es querida por sí misma y de forma incondicionada.
 
El libro, además de ser todo un tratado de bondad, humanidad y solidaridad, muestra el camino más fácil y directo para la solución de muchos pequeños problemas diarios que terminan siendo graves conflictos…, ¿es posible aprender a escuchar, amar al otro, en esta sociedad de la prisa y el stress?
 
En mi opinión, no sólo es posible sino que constituye una urgente necesidad vital, inapelable e irrenunciable en la actualidad. La escucha atenta hay que abrirla a todos los ámbitos de la sociedad plural en que vivimos: desde los políticos a los profesores, de los jueces a los médicos, de los sacerdotes a los camareros. Conviene no olvidar que sentirse escuchado es una forma estupenda de sentirse aceptado y comprendido. Y de eso todos tenemos una grande necesidad.
 
Curiosamente, en un mundo en el que todo lo imponen los adultos (no los ancianos, que han sido abandonados y relegados al ostracismo), Vd. propone fijarse en los niños, que son un ejemplo de necesaria ingenuidad y de verdadero interés por escuchar lo que dicen los demás…
 
Ciertamente, así es. Más allá de su natural curiosidad e inquietud, los niños están muy atentos a lo que sucede a su alrededor. Los niños son buenos observadores; tal vez porque se asombran de casi todo. Esa es la razón de que atiendan para tratar de entender. Si no se atiende a quien habla, lo más probable es que no entendamos de qué habla. En esto sería bueno observar a los niños y tratar de imitarles.
 
En “Aprender a Escuchar”, el lector también descubre la importancia del silencio en la vida normal de cada uno, y como forma de acercarse a Dios…, ¿hemos despreciado el silencio?
 
El silencio forma parte –y parte importante- de la comunicación, aunque hoy esté en desuso. Si no hubiera pausas, el diálogo se convertiría en un monólogo caótico. También hay que aprender a escuchar el silencio. El silencio nos abre a la trascendencia. El silencio constituye el escenario privilegiado donde la voz de Dios se abre paso hacia el corazón del hombre.
 
En un capítulo de la obra, Vd. compara, como ejemplo, la forma de ser de los alemanes (y sus mejores aptitudes para la escucha) con la de los españoles (más dispuestos a la espontaneidad, a interrumpir al otro, etc.) ¿Quiero esto decir que cada país tiene sus propios problemas sociales en virtud de estas características casi “innatas” de sus ciudadanos?
 
Más que “innatas”, se trata de características y peculiaridades que van unidas a la estructura de la lengua que se habla. Por consiguiente, la lengua contribuye también a moldear y modular la capacidad de escuchar de los hablantes. El castellano es una lengua excelente y muy rica y expresiva. Los hispanoparlantes somos muy vitales, intuitivos y ocurrentes, por lo que a veces nos falta un poco de paciencia para dejar que el otro acabe de expresar lo que quiere decirnos. La lengua alemana tiene una estructura diferente: muchos verbos se sitúan al final de la frase, condicionando poderosamente su significado. Tal vez por eso, el que escucha está forzado a esperar que el otro acabe y pronuncie el último verbo que da sentido a la frase, a fin de enterarse de lo que en realidad está diciendo.  
 
El libro, en el que está presente desde la primera hasta la última página el saber y la experiencia de su autor, está maravillosamente bien escrito, con pasajes tan bellos y profundos como el que sigue: “Aprender a escuchar es como tener el valor de asomarse al filo del acantilado para divisar el riesgo de nuestra propia vida que se estremece o desmaya contemplando la espuma que forman las olas del vivir del otro al estrellarse contra el acantilado de sus circunstancias y frustraciones, de sus dolores y desengaños, de sus dudas y necesidades”. Desde fuera, da la impresión de que ha disfrutado usted mucho escribiendo “Aprender a escuchar”…
 
Así ha sido. Me sentía en deuda con los centenares de personas a las que he escuchado a lo largo y ancho de mi vida, especialmente con mis alumnos universitarios. Al gozo de satisfacer esta ilusión se suma el valor añadido de quien conculca una antigua deuda. Mi deseo es que de verdad les sirva a los lectores para que cada conversación se transforme en un verdadero encuentro humano, en el que la intimidad de quien habla le interpele, conmueva y afecte.
 
Finalmente, la obra tiene una secuencia lógica que desemboca en el último capítulo, titulado “Por una cultura de la confianza”. Si no somos cada uno de nosotros los que promueva y genere esa cultura, ¿qué o quién lo podría hacer?, ¿es que este mundo reúne las condiciones mínimas para que pueda florecer esa cultura de la esperanza?
 
Sin confianza es imposible salir de la crisis económica y moral en la que ahora estamos cautivos. La confianza siempre es posible, porque su fundamento no reside en las condiciones sociales sino en la fe en el otro. La confianza no se soluciona con sólo medidas políticas; la confianza es siempre un asunto personal. Mientras que haya dos personas en el mundo la confianza será posible. En este punto soy del todo optimista, quizás por ser profundamente realista.

 

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